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Las empresas necesitan perdurar en el tiempo. Sin embargo, la velocidad con que suceden los cambios en un mundo empresarial cada vez más globalizado, y donde la tecnología juega un papel crucial, ha extinguido varias historias de éxito forjadas durante generaciones. Aunque la mayoría de argumentos que explican la caída de grandes compañías se fundamentan en la tecnología, la causa que realmente determina la sostenibilidad de un negocio en el largo plazo es su capacidad de innovar; es decir, de su habilidad para adaptarse y para explorar ideas a través de procesos estructurados.

La historia confirma esta necesidad de adaptación cuando organizaciones posicionadas por largo tiempo reducen vertiginosamente su participación en el mercado. Por ejemplo, Nokia, otrora el gigante de la comunicación móvil, perdió el 93% de su valor en pocos años, a pesar de contar con una inversión en investigación y desarrollo (i + d) 3 veces superior al de la competencia. Su error estuvo en no interpretar las necesidades de las personas; cuestiones que Apple y Android sí supieron aprovechar.

Estos casos ejemplo evidencian que restringir los problemas empresariales al surgimiento de las tecnologías de comunicación e información (TICs) es erróneo. Las tecnologías surgen por la demanda de productos y servicios más óptimos y eficientes. Razón por la que según una publicación del Harvard Business Review (2017), es y ha sido la falta de innovación  el factor de peso para el auge y caída de grandes imperios.

En ese sentido, Xavier Sala i Martín, creador del índice de competitividad del World Economic Forum, señala que “innovar es cuestión de actitud, no Sillicon Valley”. Esta definición supone a la innovación como una herramienta que permite detectar amenazas y falencias, en tanto permite identificar respuestas antes que la competencia. Su texto, Economía en Colores, evidencia cómo pequeños emprendedores – que ni si quiera se consideran a sí mismos como innovadores -, edificaron grandes corporaciones a partir de problemas que afectaban al común.

Por citar un caso, Santiago Peralta y Carla Barbotó, fundadores de Pacari, modificaron la forma en que tradicionalmente se exportaba el cacao. Por más de 200 años, Ecuador ha sido proveedor de materia prima; sin embargo, el reconocimiento de marca se llevaban las grandes industrias chocolateras. En esa línea, este emprendimiento ecuatoriano buscó sus propias maneras de hacer chocolate, otorgando identidad propia a su producto. Es así que, en 15 años, y a partir de una realidad adversa, este negocio ha obtenido 160 premios en más de 42 países (Aguirre, 2017).

“Desafiar el status quo” es la definición de innovación del catedrático Piero Formica, fundador del International Entrepreneurship Academy (2016). En esa línea, explica que los emprendedores e innovadores no buscan estabilidad, sino que comprenden las dinámicas y contextos, y se adaptan en la medida que se presentan oportunidades de negocio.

Obviamente, la inversión en (i + d) es importante y aporta significativamente a la expansión de varias empresas; pero limitar la innovación estrictamente a este espacio, confina el alcance integral de este concepto. Preguntar, observar, idealizar, conectar, cooperar, experimentar y ensayar; es decir, innovar, consiste en entender de acuerdo a las expectativas de la demanda, aun cuando el cliente no las conoce todavía.

El mejor aliado de la innovación es la educación y formación. Por ello, con el objetivo de que los emprendedores transformen sus ideas en proyectos reales, técnicamente definidos, y sostenibles, la Universidad de Las Américas creó la primera Maestría en Emprendimiento e Innovación, orientada al desarrollo de ideas empresariales novedosas bajo un marco académico que favorezca su conceptualización, creación, puesta en marcha y perfeccionamiento. Para postular al programa de maestría, el principal requisito es contar con un anteproyecto de negocio.

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